Una vez que llegamos al mundo y conforme vamos desarrollándonos en él, no habrá manera alguna en que podamos evitar la aparición de experiencias que contienen duelos, salvo que nos vayamos del mundo bastante pronto, durante la infancia, y por la imposibilidad de que aparezca nuestra consciencia reflexiva a esa edad, entonces no alcancemos a definir tal evento.
Transitar el duelo
Atravesar por la pérdida de algo o por el fallecimiento de alguien que ha resultado significativo en nuestra vida tiene una connotación de dolor; es un suceso que escasas veces pasa inadvertido en una persona y es algo que no puede ignorarse pese a los esfuerzos que podríamos hacer para ello.
Es común en esta experiencia del duelo que el pensamiento nos absorba como personas y nos acerque a dedicar tiempo cuantioso para tratar de entender lo que está ocurriendo en nuestra vida.
En consecuencia, solemos abandonar actividades diarias que antes tenían todo nuestro interés y atención, además de que esto surge porque quizá tenemos que atender de repente procedimientos que no habíamos esperado o para los cuales no estábamos preparados, como recibir un cuerpo de un hospital, hacer trámites funerarios para que reciba una despedida, o tal vez para cremarlo, dependiendo de los usos y costumbre de cada región, además de solventar los gastos súbitos onerosos, notificar a familiares, etc.
Entregarnos a esto desgasta nuestras razones y emociones; en dicho desgaste, o tras él, no es sencillo recobrar fuerza inmediatamente, excepto que nuestra consciencia nos permita reconocer que no es viable que dejemos que se pierdan otros aspectos importantes como: los vínculos con amigos o familiares, la economía que obtenemos al asistir a un trabajo, el avance en nuestras actividades formativas como son los estudios, etc.
Rituales para sanar el duelo
Los caminos que promueven el recobrar la fuerza, voluntad o entendimiento en personas que atravesamos duelos pueden ser múltiples; sin embargo, cada ser humano al contar con un modo personal para reconocer la realidad ha de elegir su mejor rumbo. Al transitar por el duelo pueden surgir comportamientos rituales que nos permitan desahogar lo que sentimos y pensamos derivado de saber que algo –un trabajo, un bien material, una separación, un cambio de residencia– o alguien –una pareja, un padre o una madre, algún hijo, un abuelo, un amigo– ya no ha de contarse en lo que resta de nuestros días.
Encontrarnos con la opción de visitar un lugar donde uno coincidía con alguien o algo es rememorar y vivificarnos desde lo que fue; eso quizá no evita conmovernos, pero es necesario reconocer nuestras emociones palpitantes, ya que es lo que nos permite seguir humanizándonos; cancelar la aparición de nuestras emociones llega a ser algo que va en contra de la naturaleza misma del ser humano: no somos objetos, somos seres sintientes y hay que asumirlo para explorar y manejar convenientemente lo que se siente ante las ausencias.
Encontrarnos con la opción de mirar los objetos o imágenes que permanecen en los hogares de quienes están ausentes –mas no en la memoria– ayuda a sensibilizarnos y permitir que lo que no necesitamos en nuestro interior salga y deje de lastimarnos, al menos por ese momento también estas conductas le permiten a nuestra razón ir combatiendo y asimilando lo ocurrido en el duelo.
La opción de levantar oraciones o plegarias, individual o colectivamente, contribuye a que sintamos y reflexionemos constantemente cómo se va incorporando en nuestro ser la experiencia de no convivir más con lo que era o con quien era habitual en nuestras jornadas.
Alternativas para superar lo ausente
Buscar lo que nos haga reencontrarnos con lo ausente es un acto muy humano; nuestra historia como seres existentes así lo ha mostrado en distintas culturas y en tantas épocas. Con el paso del tiempo se han ido forjando comportamientos mediante los cuales hacemos frente al dolor. Cada persona tiene al alcance la posibilidad de elegir lo que le reconforte tras la vivencia de un duelo; hay que ser cuidadosos para no elegir algo que nos haga daño o nos deteriore en ello. Si no hallamos caminos o formas para continuar en solitario, solicitemos la escucha o la presencia de otros que desde su condición o especialidad nos compartan lo que está a su alcance.
Comprometernos a hacer lo suficiente para seguir existiendo ya es en sí una gran decisión y una virtud admirable en la persona doliente.
Encontremos pues, lo que necesitamos cada uno de nosotros para deshacernos del dolor y así abrir el camino para reencontrarnos, tal vez desde lo amoroso y desde la gratitud, con quienes desde su ausencia siguen estando junto a nosotros por las huellas que nos han dejado.
Psic. David Alberto Osorio Ibarra
Programa de Éxito Académico y Profesional (PEAP)