La influencia del entorno en la orientación vocacional

En la orientación vocacional de los jóvenes participan varias personas como fuentes de información: los padres y familiares son cruciales, luego el contexto, los medios y, por último y no necesariamente en este orden, la escuela. Cuando no está bien realizada la orientación vocacional se replanteará varias veces durante la vida de la persona hasta, idealmente, lograrse y cerrar ese ciclo.

Un ejemplo claro de esto son los miles de adultos que asisten a universidades en línea y sabatinas. Este deseo de desarrollar la vocación (que deriva del latín, «vocare», llamar) es innato al ser humano, porque es lo que lo diferenciará de otros y lo que le dará identidad y sentido a su vida.

La orientación vocacional en los jóvenes

El problema radica primero en que a una edad, relativamente temprana con respecto a lo que le queda de vida a la joven o al joven, debe decidir lo que hará gran parte de su vida adulta. Y segundo, que un 5% de los años que vivirá (suponiendo que viva 80 años), determinarán gran parte de las oportunidades que se le presentarán pero que, sobre todo, hará que se le presenten como válidas, pues se busca aquello para lo que nos sentimos preparados, y tener o no un título universitario reforzará esta percepción.

Hacer comprender esto a los adolescentes en un momento en que las hormonas fluyen en sus cuerpos como una fuerza preponderante y tienen otros objetivos en sus vidas, como tener dinero de bolsillo para salir a conocer el mundo, no es nada fácil.

El papel de los padres

Si tienen padres y madres que comparten con ellos su intención de desarrollar esa vocación, el tema se hace más fácil de llevar y se disfruta también. Si tienen padres o tutores que no sepan al respecto, o con los cuales no coincidan, se complica mucho más un desenlace feliz. En los países donde es necesario rendir un examen para entrar a la universidad o elegir colegios en la pubertad que abrirán o cerrarán puertas académica, el rol de los adultos es crucial.

La escuela que alentará al estudiante debe estar a una distancia razonable, ofrecer horarios que les permitan estudiar y ambientes no hostiles para los jóvenes «diferentes», inmaduros, muy inseguros o con hogares poco sanos. A todo esto se le suma el pendiente de tener que decidir qué estudiar y hacerlo en un momento de idealización general de la vida que puede ayudar o desalentar, si se sienten abrumados a causa de su pesimismo (o el de su entorno), hacia las posibilidades de una vida mejor.

Porque lo que quiere un adulto que alienta a un joven a estudiar la universidad es eso, una vida mejor. Si el adulto no está convencido de que valdrá la pena el esfuerzo de tiempo, dinero y energía que se invertirán, poco podrá hacer la joven o el joven para convencer al adulto de su posición errónea. Por eso, a veces, es mejor tener tutores o padres un poco indiferentes a la vida universitaria (y a todo lo que conlleva) que padres pesimistas y en contra de que sus hijos tengan un status quo mejor o diferente al de ellos.

Está comprobado que tanto la sutil o fuerte indiferencia, por ignorancia o falta de carácter, son mejores aliados de los jóvenes que quieren salir adelante estudiando universitariamente que tener padres que se opongan a cuanta idea, carrera o estilo de vida diferente planteen sus hijos.

El rol de la escuela es crucial para identificar aquellos alumnos que sufren este problema y tener profesionales de la educación a su disposición que los sepan encauzar para que su llamado vocacional, sea, de hecho, orientado positivamente hacia su más intrínseca verdadera elección.

Agueda García Irízar
Alumna UTEL